La mujer avanzaba entre los troncos de los árboles. Mujer. O
eso es lo que yo pensaba… No había Luna esa noche. No sabía qué hacía ahí, ni
siquiera sabía si era yo, si era un sueño, o si me arrastraba el delirio.
El suelo estaba húmedo, era de noche. Hacía frío y el aire
olía a agua, a quietud…. No era agua estancada, pero era un agua letal. No
sabía por qué, pero lo sabía. Todo era tan vívido que certezas como esa se colaban en mi mente, sientiendo cada detalle a mi alrededor, calándome un frío violento como cortinas de agua. No
distinguía realidad de sueño.
Entre los árboles, avanzaba alejándose de mi aquello que
tantas veces me sorprendía por la noche. Pálida como nácar, ¿o tal vez era
tremendamente oscura? Todo era confuso, en los sueños siempre lo es. Sin
embargo, no parecía ser confuso, parecía ser cambiante. Su figura era delgada,
muy delgada, avanzaba sin hacer ruido sobre el suelo, y yo sabía que partía
hojas y ramitas, pero no podía escuchar nada. Llevaba un vestido suelto, de
alguna tela parda y oscura, igual que su pelo en ondas, desaliñado y pardo
sobre sus hombros. Los brazos finos elevados, y sobre ella, una luz blanca
antaño intensa, algo me lo decía, pero ahora decadente, titilando como una
estrella a punto de caer.
Ella deambulaba, se movía saltando de aquí para allá, como
si trazase una danza sumamente silenciosa con una sombra que yo era incapaz de
ver pero sí de sentir. Y reía, reía con un sonido de los que salen de lo más
hondo de tu estómago, con la certeza de que nada había en el mundo capaz de
hacerla más desgraciada, una risa perturbada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario